La Luna se ha
comprado lentes para ver de cerca, y ha encontrado fotos en guguel erz, porque
no hay guguel mun, y se ha quedado sorprendida de todo lo que ha visto.
De puro comedida, le ha contado al oído las historias más tremendas de los heroicos enamorados que han
hecho lo imposible para atraparla y regalársela a sus amadas. (O tal vez lo ha
hecho de puro aburrida y sola en el medio del espacio sideral)
Ellos terminan una
nueva semana, y recuerdan las risitas y cosquillas mientras el bochorno caldoso
del viaje en subterráneo los transporta hacia un mundo mejor, que él insiste en
opinar que cualquier cosa fuera de ese túnel concentrador de todo el calor que
existe es un mundo mejor.
Ella ríe, y al hacerlo, agita su cuerpito frágil contra
el de él, que recibe los estímulos en sus terminales nerviosas, y transpira aún
más; exuda todo su placer por los poros al recibir la sutil caricia de la ropa
húmeda sobre la piel empapada, que pronto será un recuerdo de un recuerdo hoy
ya viejo, sombra de un sombrero bajo un árbol a la espera de la cabeza que
regrese del agua mansa y fresca de un rio que viaja tranquilo desde lo más
profundo del llano, hasta llegar al mar, pero ahí está como a mitad de camino,
en un remanso, jugando con la orilla a hacerle dibujitos con la punta apenas de
las olas, y la orilla que responde con sonrisas de arena al brillo del sol, y
el río se retira un instante, haciéndose el desentendido, como si no le
importara esa sonrisa de maravilla inocente, pero a la vez tremendamente excitante,
y el sombrero que sigue ahí, en el suelo, esperando que regrese la cabeza que
ha ido a zambullirse un rato, a esperar que pase el calor tremendo del verano
en el túnel insufrible y subterráneo.
El mundo mejor aparece
sobre los últimos escalones antes de salir a la increíble ciudad que solamente
por un momento parece más fresca, pero que a poco de andar es otra vez un
infierno, de calor y de ruido y de cansancio lleno de excentricidades y exageraciones propias del fin de año, que nos
desean felicidades solamente si no nos vemos.
La Luna, mientras
tanto, se ha quitado sus lentes, y prende un farolito no tanto para ver, sino
para calentarse un poquito en su soledad tremenda y fría del cosmos.
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