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viernes, 28 de diciembre de 2012

Pinturas rupestres - Petroglifos III


Hagamos de cuenta que nos tomamos el túnel del tiempo, (Bueno, en el "hagamos de cuenta" se incluyen algunas fantasías que debe tener el imaginativo lector de Cosas que Pasan) que tiene una parada en la esquina más próxima a la cuarta dimensión.

Imaginemos, mientras el túnel se sacude un poco, hierven sus actuadores para cerrar herméticamente las puertas y que no se nos escape ni un segundo en el viaje; que la cosa nos llevará en un santiamén a unos veinte mil o cuarenta mil años atrás. A la vez, imaginemos que estamos en España o Francia, ya que esté túnel del tiempo solamente nos lleva en el tiempo, y no en el espacio. Bueno, cuando decimos "el imaginativo lector", nos referimos a él en sentido literal, y no hacemos extensivo el término al escritor.

Entonces, vamos a ubicarnos en un punto estratégico cerca de la cueva. Vemos ahí una familia Neanderthal, la mamá, los chiquitos que corretean por la entrada de la caverna, las mujeres más viejas que fuman unas chalas y preparan un caldo, las hijas adolescentes que relojean a los pibitos y se ocupan de la huerta. Todas hacen todo al mismo tiempo, y tienen que estar atentas a todo a la vez. Gimen, gritan, rien, chillan y emiten toda clase de sonidos y gruñidos que, tiempo más tarde, darán origen a algún lenguaje. Sus cerebros, en ese pandemónium que implica cuidar a los chicos, la cosecha, la cueva y las viejas, se van haciendo duchos en el arte de pensar y ejecutar múltiples tareas a la vez.

¿Y dónde estaban los hombres? Estos salían en grupo a cazar. Es notoria la capacidad de organizarse que tenían estos seres para perseguir, cansar, emboscar y, finalmente, derribar a los grandes animales que, uno contra uno, hubieran ganado siempre.

A veces, también, les daban ganas de decorar las paredes. Nada más provocativo que una pared en blanco. (Muchos años después vendrían las hojas de papel).

Estas pinturas, y otras manifestaciones asociadas, revelan que el ser humano, desde tiempos inmemoriales, organizó un sistema de representación artística que, se cree, está relacionado con prácticas de carácter mágico-religiosas para propiciar la caza.

Esta capacidad de poner en signos determinadas ideas, implican que los homínidos fueron dejando el estadio de animalidad para humanizarse. Es lo que nos dice la teoría de la evolución de las especies.

En consecuencia, las pinturas rupestres tienen un significado tremendo, ya que están haciendo de estos unos seres simbólicos, es decir, que representan sus ideas a partir de un lenguaje.

Sin querer arrogarnos aquí el derecho de desvelar misterios que han estado ocultos durante miles de años detrás de las pinturas rupestres y los petroglifos, creemos firmemente que estamos en presencia de un fenómeno que implica tres cosas fundamentales en la historia de la evolución hacia el homo sapiens:

1. Que el hecho de representar figuras de forma indeleble, implica un fuerte convencimiento de estos hombres primitivos en la fuerza de los símbolos. Esto derivará tiempo después en la creación de la escritura, y de un universo simbólico que llega a ser determinante de la condición humana.

2. Que en el mismísimo momento de pintar las paredes, se está originando, a la vez que la organización para lograr objetivos (ya hemos visto la vida doméstica de las mujeres y su capacidad de cumplir múltiples tareas, como también la formación de equipos que eran los cazadores, y ahora, también, nuevas disciplinas para conseguir las tintas y los pigmentos que permitan esta nueva actividad), se está originando, decíamos, el arte.

3. Y en todo esto, no debemos descartar la posibilidad de creer que en esta división azarosa de las tareas (mujeres en la cueva - hombres lejos de ella), que tengamos, por qué no, el origen mismo de la familia y el matrimonio, cuando casi podemos ver el júbilo de la mujer cuando ve llegar a su hombre con el búfalo cazado luego de semanas de persecución, casi al borde de la desesperación y el peligro cierto de muerte al intentar apartar al animal de su manada; y el orgullo del cazador al tirar la presa frente a su hembra, golpearse el pecho en demostración de fuerza y capacidad de traer el alimento para todas. Y casi podemos escuchar a la suegra, también, mientras, revolviendo el caldo, dice algo así como

"A ver cuando pinta esta cueva que es un asco"

¡Salud!






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