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martes, 27 de noviembre de 2012

Tristeza


    Vamos bajando la cuesta, la cabeza gacha, el paso lento, los muslos que recuerdan a cada paso el esfuerzo que ha llevado las cosas hasta un punto casi insoportable.

    La noche va cayendo despacito, y a pesar de todo, sabemos que no habrá de lastimarse porque viene jugando a lo mismo desde hace miles de años, y no se raspa ni un codo en su caer permanente con cada atardecer.


   Y entonces, mientras la tarde cae hacia la noche indefectiblemente, el correo te cuenta que han entrado ladrones y se han llevado todo lo que podían, material e inmaterial, porque lo que uno tiene escrito no puede servir de mucho.
 
   ¿De qué sirve robarse lo que alguien más escribe? ¿Es que es posible creer que, aunque más no sea por un instante, se puede robar el estilo, esa forma de recorrer las palabras, de entrelazar las ideas de una manera tan particular?

 ¡Ay! No es posible irse a dormir sin dejar estas palabras, este dolor que viene desde lo más profundo de las tripas, porque no se puede creer semejante atropello.

   Queda, eso sí, la certeza de saber que no se pueden llevar ni un poco de la inspiración, de tu forma tan inquietante de escribir, de la admiración de tus tantos lectores, de la capacidad de volar un poco con sólo entornar los ojos y mirar cómo el poderoso río transcurre y se escurre hacia un estuario un poco sucio, pero que finalmente desemboca en un mar extenso y hermoso como todas las contratapas de los sábados en Rosario/12 y que tan bien nos hacen, a mí y a tantísimos otros.



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