Dice Irene Vallejo en su artículo “Quédate, fantasma”:
“recordar es, en cierto modo, dejarse visitar por fantasmas.
En los primeros momentos del duelo, no deseamos escapar de la memoria, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserción, a falsedad, a despropósito. Durante las horas vacías, invitamos al espectro, le rogamos que nos obsesione y embruje nuestra casa.”
Esa sensación espectral que nos habita, por momentos se hace tan intensa que no nos queda otra que dejarla salir, verla deambular por sus lugares favoritos de la casa, la vemos ahí tomando mate, haciendo cuentas, escuchando la radio.
De igual modo brotan las lágrimas, se hacen tan densas que no podemos contenerlas y estalla el llanto. ¡Qué no daríamos por sostener su mano una vez más! Andar esas calles antiguas en busca de un bar donde mirarnos a los ojos, reproducir charlas tantas veces sin sentido, todas las veces divertidas, emotivas, necesarias.
Hay quienes sueñan con sus muertos. Les hablan y les dicen que están bien, que estén bien. Inclusive hay quienes han perdonado y sido perdonados post-mortem en sus sueños. Pero hay quienes no tenemos esa suerte, y debemos interpretar los mensajes encriptados que nos mandan.
Ahí está el texto de Vallejo, por caso, que tan bien describe lo que se siente en los primeros momentos que nos tocan vivir cuando la muerte se lleva a la persona amada. Queremos que el dolor dure para siempre, nos parece una traición reír, tener hambre, trabajar. Nos parece horrible estar vivos cuando los muertos vienen a la memoria.
Más todavía cuando nos encontramos disfrutando el momento, de saber que estamos haciendo cosas que queremos hacer, que nos gustan y nos dan placer. Pensamos que los muertos hubieran querido que así fuera, que estemos bien, porque eso querían y nos decían en vida.
Sin embargo, nos mandan señales. De pronto al texto de Vallejo se suma una contratapa de Juan Forn, “Morir es otra cosa”, que muchos años antes de la pandemia ya nos alerta sobre la muerte deshumanizada, de los que mueren solos en los hospitales. Forn cita el libro Ayudar a morir, de la doctora Iona Heath, donde dice:
“Siempre que sea posible, los pacientes deben morir en un lugar familiar y querido. No deben morir en soledad. Hay que comunicarse hasta el final con el moribundo, y no sólo de palabra sino también a través del contacto físico, mirándolo a los ojos, sosteniendo su mano.”
Y es entonces que los muertos se aparecen y nos miran con sus ojos desolados. Brotan de nuestro interior porque ya no podemos contener el dolor de haberlos dejado solos en un hospital.
Fernando
Noviembre, 2023
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