La idea de la muerte siempre fue diferente en mi casa. No era lo opuesto a la vida, sino una parte de ella.
Alejandra Kamiya – “Partir”
Estrellas. Luna. Noche. Cena. Cine. Sueño. Despertador. Sol. Balcón. Nubes. Café. Leche. Frutas. Agua. Ducha. Ropa. Celular. Ascensor. ¿Abajo?
– ¿Usted es el muchacho del B?
– Soy, sí.
– Mucho gusto, yo soy del C. no nos conocemos, pero lo sé todo de usted y Voggart.
Me río.
– No, no soy bruja. Saber no te convierte en bruja.
– ¿Y cómo sabe?
– No lo sé, pero sé.
– Solo sé que lo sé todo.
– Todo no, solo algunas cosas, algunas veces, de algunas personas.
– Usted le enseñó a Voggart.
– O Voggart a mí.
– ¿De verdad?
– Claro. Las personas jóvenes también pueden enseñar.
– Y las mayores pueden aprender.
– Por supuesto.
– ¿Dónde está Voggart ahora?
– No lo sé.
– Usted me hace reír.
– Es que no sé dónde está, de verdad. Sé que está bien, pero me impide saber su ubicación.
– ¿Por qué?
– Porque así lo decide. Voggart tiene un poder enorme.
– ¿Por qué nunca la había visto a usted antes?
– Porque no era necesario.
– ¿Y qué cambió?
– Creo que eso usted ya lo sabe, señor Günter.
– Ah, sí, creo que ya lo sé.
– Hasta luego, que tenga un buen día.
– Gracias. Igual usted
*
Entonces así iba a ser dejar de vernos. De la noche a la mañana y con una enviada, o aparecida, tal vez soñada vecina del 12 C. ¿Dónde estará Voggart? ¿A qué lugar le hubiera gustado ir a esta altura del año? A la casa del bosque, pensé.
Y a la casa del bosque fui.
*
O casi. El bosque estaba; la casa, no. El follaje espeso y alto me impedía ver el cielo y no conseguí orientarme. Por unos haces de luz entre las ramas que parecían un atardecer deduje que por ahí sería el oeste. Deducción impecable e inútil por completo, ya que no sabía para dónde tenía que ir, de modo que si iba al sur o al este, daba lo mismo.
Me concentré, entonces, en el suelo, para ver si descubría un sendero, o huellas de animales que pudieran indicar un camino hacia el agua. Nada. Estaba en un lugar por el que parecía no habar transitado nadie desde el comienzo de los tiempos.
Una cosa era cierta: había logrado trasladarme con solo desearlo. La segunda cosa cierta era que no me había salido del todo bien. Vi un tronco caído y decidí sentarme un rato. Los árboles caídos también son el bosque, pensé. ¿Sería yo un árbol caído? ¿Sería Voggart un árbol en pie? ¿Habría muerto? No, no, no había muerto, no. La mujer había dicho que Voggart estaba bien. Pero podía ser que estuviera bien en el más allá. Como en las películas de espíritus o de fantasmas.
¡Ah, cómo me gustaría estar en una casa!
Y a una casa fui.
Fernando
Enero, 2023
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