Voggart sirve dos vasos de cerveza bien fría y pone en la mesita unos sándwiches de miga que tostó mientras se cambiaba.
La cama de Voggart se queja un poco según cómo nos movemos, tiene una tabla rota que hace un chasquido como si protestara con la lengua.
Tengo que cambiarla, informa
¿Justo ahora?, me sorprendo.
¡Cómo se te ocurre!, me reprende.
Menomal, me alivio.
¿Qué va a pasar después, cuando ya no nos veamos?
Seremos un recuerdo, Voggart, como todo lo que ya no es, o ya no está.
¿Todo es un recuerdo?
Sí, a condición de que haya alguien para recordar.
¿Cómo el ruido que hace un árbol al caer en el bosque?
¡Exacto! Es re loco, el presente es una máquina de dejarlo todo atrás.
No existe más que el instante.
Claro. Cada palabra que decimos, cada momento que vivimos es efímero.
¿Y los objetos?
Las cosas permanecen un poco más, me parece.
En el futuro voy a ser solo un recuerdo, entonces.
Sí.
¿Lindo?
¡El más lindo de todos!
¡Gracias!
A vos.
*
Desde el balcón se ven las vías del tren. La Avenida del Retorno queda cubierta por los árboles. En unos meses, cuando caigan las hojas, se verá una parte, llena de gente que caminará apurada por llegar a sus casas y protegerse del frío. Pero ahora la avenida no está, solamente se intuye por debajo de la masa verde que se mece un poco con el viento.
Voggart se acerca por detrás. Me rodea la cintura con los brazos, apoya la cabeza en mi espalda. Que no me pregunte qué estoy pensando, pienso.
¿Qué pensás?
Que me preguntabas qué pienso.
Jajaja. ¿Y qué más?
Que cómo va a ser después.
¿Cuándo ya no nos veamos?
Claro.
No va a ser fácil. Hay que desearlo con todas las fuerzas.
¿Cómo los viajes?
Como los viajes.
Fernando
Enero, MMXXIII
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