- ¡Amadeo! ¿Qué pasa con la plataforma, che?
El grito de Ernesto suena en todo el rancho, los perros gimen un poco, sacuden las lenguas y luego callan.- Ya le tengo casi lista, patrón, la plataforma. Faltan unas cositas que ahí mande traer de San Ceferino.
- ¡Pero viejo! Hace dos semanas que me tenés dando vueltas con esto, Amadeo. Por favor que no pase de esta semana.
- Quedáte nomás tranquilo che patrón, el fin de semana, más tardar el miércoles ya le tenés tu plataforma.
Ernesto sale dando un portazo. Bueno, dos, porque también cierra con furia la puerta de la camioneta. Arranca dejando una nube de polvo. Quiere llegar a mirar los planos. Mirar los planos le da como cierta calma, pensar cuando la plataforma esté lista.
Cassie lo mira y no le dice nada. La puerta estuvo a punto de golpearla, pero a último momento se contuvo. Ella sabe leer esos signos.
- Hice salsa de puerros con crema. ¿Preferís ravioles o fideos? Hay de los dos.
- ¿De qué son los ravioles?
- De ricota y jamón. Pero los de la fábrica, no los del supermercado que tienen cualquier cosa menos lo que dice la caja.
- ¡Ah! Entonces los ravioles. Sí, te iba a decir que si eran de la fábrica, sí.
- Listo, tipo ocho y media bajá y comemos. ¿O querés más tarde?
- No, no, ocho y media está bien. ¿Vino hay? Voy a comprar, si no.
- Yyyyyy, capaz que mejor traé una botella. Queda media, no sé si alcance.
- Bueno, dale. Me pego una duchita y voy.
*
La plataforma debe ir montada sobre cuatro conjuntos de ruedas que giran sobre un eje vertical adosado al piso, de manera independiente cada conjunto, para lograr un movimiento suave de vaivén. A la altura de 80 cm hay unas agarraderas, que se pueden alcanzar con facilidad, solamente hay que mover un poco la mano hacia adelante. Y a 200 cm hay una barra horizontal, de dos pulgadas de diámetro, que también sirve para agarrarse y contrarrestar los sacudones que a veces tiene que dar la plataforma.
Amadeo no le dice, solamente que le faltan unas cositas, pero Ernesto sabe que está complicado con los rodillos laterales que deben pasar las imágenes. Los que le mostró hace diez días eran francamente un desastre. Se trababan. El paño con las imágenes no estaba bien armado, se imagina Ernesto.
*
- Traje este, cabernet franc, no lo había probado antes, ¿qué tal será?
- Rico. Yo tomé una vez en lo de Alicia.
- ¡Alicia!, ¿qué es de la vida?
- Ahí anda, con sus cosas, viste como es ella de reservada.
- Sí, sí, lo sé.
- ¿Y qué te dice Amadeo?
- Viste como es él, no sabe decir que no. Pero está empantanado. Ahora dice que le faltan unas cositas, que para la semana que viene, qué se yo.
- Y bueno, ya la va a tener lista, pero no le aflojes.
- No, no, hoy le pegué unos gritos. Hasta los cuscos se callaron. Me miraban con miedo.
- ¡Pobrecitos!, ¿qué culpan tienen ellos?
- Ninguna, pero no les grité a ellos.
- Pero igual se asustan. ¿Preparo café?
- Dale, yo lavo mientras.
*
El sillón del living no. En la cama tampoco. En la mesa menos, después de un rato termina con los codos a la miseria de tanto hacer presión. Pero parado no hay caso, extraña el movimiento del tren. Ahí sí que puede leer tranquilo, con la mochila colgando hacia adelante donde guarda el resaltador y el lápiz. Y cada tanto mirar por la ventanilla, ver cómo pasan las estaciones, los coches, los edificios. Eso es lo que tiene que terminar Amadeo, el bendito rodillo que haga pasar imágenes como si fuera que viaja en tren para poder leer tranquilo.
Fernando
Diciembre, MMXXI
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