No entendés

 Este cuento forma parte del libro Relaciones, que se puede adquirir haciendo clic en el link

Yo misma he vertido ayer una lágrima,

Dios mío, cuadrada

 

Alfonsina Storni

Mi vientre crece.

El médico está sentado en su sillón de respaldo alto y lee los resultados de los análisis. Yo estoy temblando en la camilla, con una bata apenas, los dedos azules, los dientes y las rodillas apretados para que no se choquen.

Mi cuerpo crece.

Hay un biombo de caño cromado que refleja la luz y no logro distinguir si el que viene a revisarme es el médico o un fantasma. Su voz pastosa me pide que abra las piernas. El espéculo también brilla. Está frío y me hace estremecer y la voz pastosa me ordena que me quede quieta si no quiero que me lastime. Pido perdón. Lloro. Se me escapan los mocos.

Mi hijo crece.

Pero no puedo quedarme quieta. Tengo frío, digo. Digo frío pero pienso miedo. Bueno, bueno. La voz pastosa con disgusto. Me pongo las medias. Me alcanza una manta. Tranquila, me dice, y no ve mi lágrima cuadrada. Al final me dice usted está embarazada. Pero no me da el chocolate. Cómo si no sintiera yo que mi hijo crece en mi vientre.

Y mi amante empequeñece.

 

En la calle no hace tanto frío como en el consultorio. Ya ha pasado un mes de primavera y el sol calienta sin agobiar. Pasa mucha gente, que va o viene o está perdida. Van con las ideas en fila.

Él me espera en el bar de la esquina del consultorio. Se levanta apurado, torpe, cuando me ve entrar. Me agacho para saludarlo, y le permito que me acerque la silla. Voy a tomar un café con leche con dos medialunas y dos vigilantes. No, no quiero un tostado.

Miro por la ventana mientras me habla. Frunzo el ceño tratando de leer “salón familiar” al revés, y entonces me río. El deja de hablar. De decir lo que no estaba escuchando.

¿Qué?, le digo.

Te pasa algo, me dice.

No, nada, ¿por?, le digo.

Me querés, me pregunta.

No sé, le digo. Sí, creo que sí. Pero necesito tiempo.

¿Tiempo?, me pregunta. ¿Tiempo para qué?

¡Ay, hombre pequeñito!, le digo, vos no entendés.

¿Entender qué?, dice y levanta un poco la voz.

Shhh, le digo, ojo el tonito.

Voy al baño, le digo, y vamos. Llamá al mozo.

Agarro la cartera y voy al baño. Me pinto un poco los labios, me arreglo el rubor. Me acomodo un poco el pelo. Me miro de frente, de perfil, derecha, izquierda, derecha, izquierda; como un flamenco. Sonrío. Mi cuerpo crece, pero no se nota. Todavía no se nota. Me alejo. Aprieto el vestido contra el vientre que crece. Saco panza. Me río.

Una señora entra al baño y me mira, extrañada. Le digo buenas tardes, y ella pasa por atrás, sin responder, apurada.

Afuera está el hombre pequeñito. Ufa, pienso.

¿Por qué tardaste tanto?, me dice. Le digo que me estaba arreglando. Que él no entiende nada.

Te acompaño hasta tu casa, me dice.

No, dejá, le digo, tengo que ir a otro lado.

¿Adónde?, me dice.

A Mar del Plata, le digo.

¿Qué?, me dice.

¿No me escuchás?, le digo. Me tengo que ir a Mar del Plata.

¿A qué?, me dice.

A tomar sol. A pensar en nosotros dos, le digo, y me paso las manos por la panza.

Pero, me dice.

Shhh, le digo, calladito. Vos no entendés nada. Te llamo cuando vuelva.

¿Cuándo volvés?

No sé.

Él se queda ahí mirando; parece que va a llorar, pero no llora. Parece que va a hablar, pero no habla. Yo lo miro ahí parado, hombre pequeñito, y le tiro un beso por el aire. Pienso en cómo haría un canario para escapar de su jaula, y me doy vuelta de repente, muevo la cabeza para agitar el pelo, y camino rapidito hacia la estación de trenes.

 

El mar está agitado. Golpea las piedras con fuerza, salpica todo de espuma, se va, y otra vez vuelve a golpear las piedras de la playa La Perla; y otra vez se va, y vuelve, y golpea las piedras, llena todo de espuma; se va, vuelve, golpea, espuma.

2016

 

© 2021, Fernando Berton

 

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ISBN 978-987-86-8187-0

 

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Hecho en Argentina

 

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