Hasta el año 1970 o 1971, como mucho, el fondo de mi casa albergaba las ruinas del Imperio de mi abuelo Santiago: el cuarto de herramientas, lo que había sido la huerta, restos del gallinero.
Allí, con algunas tacuaras, hacíamos empalizadas para jugar a la guerra. El tobogán que nos había regalado a mi hermana y a mí mi padrino sirvió de plataforma de lanzamiento del módulo espacial, y el limonero nos clavó todas las espinas que pudo a cambio de sus frutos.
Luego, por un tema de derecho habiencias, ese paraíso terrenal sucumbió en aras del progreso: todo fue cubierto de contrapisos, baldosas, ladrillos.
La imaginación fue reemplazada por el cemento.
Fernando
Noviembre, MMXXI
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