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domingo, 19 de septiembre de 2021

Caída

 



I

Anoche soñé con Hugo. Me di cuenta de que era un sueño porque íbamos en el auto de él y me pedía que le diera las instrucciones del GPS, y cuando yo salía con Hugo no había GPS. Japoneses sí había, por otro lado. Cuestión que yo le iba diciendo doblá a la derecha, seguí por esta hasta Armenia y después hay que doblar a la izquierda y ahí estamos. Pará, loco, pará, me decía Hugo, piano piano. No puedo tocar el piano y leer el GPS, Hugo, date cuenta. ¡Ah!, sos gracioso, encima. No soy gracioso, vos pedís cosas imposibles. Porque soy realista. Sí, claro, realista, y yo soy Granadero de a caballo.

Así seguimos discutiendo, y en un momento, no sé cómo, Hugo me miró con cara de “nos vamos a la mierda”. Yo no podría describir cómo es esa cara, pero estoy seguro de que cualquiera se daría cuenta. Mirá el camino, Hugo, le dije. Pero ya era tarde: le dimos al guard-rail y nos caímos al Riachuelo. Me di cuenta también de que era un sueño porque la caída era en cámara lenta, y yo veía todo el auto como si estuviera filmando desde el puente o desde un helicóptero. Pero en el momento de tocar el agua (si es que eso que hay en el Riachuelo es agua) yo estaba apretando la espalda contra el respaldo como para alejarme todo lo posible del agua, o eso que está ahí. Sentí un dolor tremendo en el tobillo izquierdo, y vi cómo el coche se iba sumergiendo de a poco, mientras todo se ponía negro, borroso, y me desmayé, o me morí, una de dos.

 

II

Al lado de Hugo había una enfermera, y a mí me atendía alguien con uniforme, un bombero o un policía, no sé bien. Se rompió la pierna, escuché que decían, pero no sabía si la pierna era mía o de Hugo. Hay que llevarlos con urgencia, decía la enfermera, o tal vez un viejo cirujano, chi-lo-sá.

 

III

En un momento miré el celular y tenía un mensaje de Claudio: pasáme tu ubicación. Yo miraba cómo el celular iba ajustando la ubicación, pero tardaba bastante. Debe ser porque se mojó cuando nos caímos, pensé. Y el celular seguía ajustando la ubicación. En un momento me di vuelta y vi a Claudio. Estaba con un impermeable marrón clarito, tirando a beige, su mujer y la hija menor, que ya estaba bastante crecida, y yo lo miraba con cara de sorpresa y él decía con los ojos ¿y qué querés?, tu teléfono tarda mucho, y se tiraba el flequillo para atrás con un movimiento rápido del cuello. Entonces yo abrazaba a la hija y decía cosas elogiosas pero no muy subidas de tono del estilo de ¡qué grande que está!, o ¡cómo pasa el tiempo! Vale, que así se llama, sonreía y se iba para un costado porque notaba que mi abrazo no era tan ingenuo como mis palabras.

 

IV

Lo último que recuerdo es que Vale se fue para un costado cuando yo le acaricié un pecho.

 

Fernando

Setiembre, MMXXI 

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