Ya ha pasado un año. Ya no habrá más primeros años sin ella. Ya no habrá primer cumpleaños, primera Navidad, primer Año Nuevo, o el último viaje ni la última foto. Ya está cumplido ese ciclo.
“Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro” dice Mario Benedetti en el final de su novela La Tregua. Así es que un 3 de mayo de 2021 venimos a enterarnos de la aparición del último número de le revista Carapachay o la guerrilla del junco que conocí gracias a los amigos de la librería Caburé ahí en México 620 de la ciudad de Buenos Aires. Tuve el honor de ser el primer cliente una mañana de junio de 2016, cuando paré a tomar un café y leer un poco antes de entrar a la oficina.
Después vinieron noches de charlas con escritoras y escritores, presentaciones de libros, talleres con Jorge Consiglio, Walter Lezcano y Christian Kupchik entre otros. Ahí conocí a mi gran amigo Ale, a mi gran amor, Mariela, y hasta tuve la ocasión de hacer un taller sobre lectura de textos literarios.
Hace días soñé con un amigo muerto. Que ese amigo muerto estuviera vivo por unos minutos me resultaba aliviante: era una oportunidad de despedida. No había resabios de pesadilla en la escena, porque ninguno de los dos sabía en el sueño que él había muerto hacía dos años. Eso producía una suerte de encuentro parecido al que teníamos cuando lo visitaba en La Plata. Y creo que por eso al despertar sentí una emoción profunda. Después de mucho tiempo había vuelto a ver a Leopoldo. Recién ahora, escribiendo, asoma un nudo en la garganta, una verdad, y asumo que el sueño más que un reencuentro escondía un adiós pendiente.
Eso dice Oliverio Coelho en la nota “El eterno reencuentro” del que por ahora es último número de Carapachay. Palabras más o menos, es lo que me pasa con Mariela. He soñado con ella hace poco, y la soñé hermosa y emperifollada para una fiesta, con su sonrisa enorme y permanente y sus payasadas. Fue, me gusta pensar, su manera de decirme que la recuerde así, vital y con entereza. Se hace difícil, a decir verdad. La vida continúa, solemos decir. Y es verdad, continúa, igual que el dolor. No es que no pueda reírme, ni pasar un rato agradable con amigos o familiares. No. Es que siento el vacío, la ausencia, las ganas de mirarla a los ojos los domingos a la mañana cuando disfrutábamos del silencio de la casa y del ruido de las bombillas. Del saber que ya no. Ese dolor lo tendré para siempre.
Al mismo tiempo que tendremos la posibilidad de seguir visitando la Revista Carapachay, y va mi abrazo y gracias por las buenas lecturas que nos han dado todos estos años.
Fernando
Mayo, MMXXI
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