Laèrcio pareció sufrir de un ataque repentino, y el grupo tuvo que trabajar a destajo para abastecerlo de papel y lápices. Por un lado, logró reconstruir un calendario a partir de los relatos de cada uno, ya que todos coincidieron en haber sido detenidos entre los años 2010 y 2014, y quien más quien menos había podido calcular el tiempo que llevaban detenidos.
Una vez determinado eso, les mandó decir por medio de un monólogo gracioso del Mudo que, a fin de cuentas, no era tan importante saber en qué año estaban, sino más bien tratar de determinar el lugar, y encontrar el camino de regreso a los documentos históricos. Estaba bastante seguro de que en todo ese plan había un apartado especial para la destrucción de datos, y de que una filtración de información podía resultar nefasta para este modelo de mundo sin hombres, y sin razones aparentes.
El grupo pareció entender que esto era adrede así de repente, y entonces cayeron en una depresión profunda. ¿Por qué no nos matan de una vez y ya, en vez de tenernos acá sufriendo como pájaros sin timón?
Laércio contó dos o tres hechos de los momentos más negros en la historia de la humanidad, tratando de ejemplificar sobre lo increíblemente crueles que podían ser los hombres cuando se fanatizaban. Y que, casi sin lugar a dudas para él, eso mismo era el objetivo rector de tamaña empresa: crear una sociedad totalmente femenina, con esperma suficiente para seguir reproduciéndose casi hacia el infinito –siempre les quedaba el recurso de la clonación, en caso de que fallaran los bancos-, bajo el supuesto de que esta nueva sociedad sería mucho más justa, menos violenta y llena de belleza y sentimientos maternales. El exceso de hormonas masculinas hacía que toda actividad social terminara, sin excepción, en guerras, discriminación, hechos truculentos. No había más que mirar los diarios: cotidianamente las páginas de los medios chorreaban sangre y dejaban olor a pólvora. Las cosas más aberrantes se publicaban todos los días y era bastante posible que algunos hechos fueran, incluso, provocados por los mismos medios cuando se veía que los secuestradores exigían cámaras de televisión como condición sine qua non para conversar con un negociador.
Quedaron todos callados, mirando el piso, como si lo que acababa de decir Laércio los hubiera golpeado de lleno en la mandíbula. ¿Cómo podía estar tan seguro de todo eso? No lo estaba, y aceptaba cualquier hipótesis en contrario. Sin embargo, era ese el tema subyacente de sus últimas investigaciones –y que le valieron el destierro, y hasta la muerte de su esposa por estar engendrando un hijo varón-; y tenía, o había tenido, elementos suficientes para demostrar la existencia de semejante plan.
Pero, entonces, si lo que se buscaba era una sociedad más pacífica, ¿cómo podía ser que hubieran asesinado a su mujer embarazada? No había acto más cruel que ese. Laércio no estaba del todo seguro, a decir verdad, de que Marcia hubiera sido asesinada. Quedaba, acaso, la idea de que hubieran fraguado su muerte, y estuviera detenida, cuidando de su hijo, pero incapaces de reintegrarse a la sociedad que ya no tenía espacio para ellos. Del mismo modo estaban ellos allí, cumpliendo falsas condenas y encierros hasta que les llegara la hora. A nadie le importaba qué habían hecho. Solamente estaban siendo apartados. El futuro de la humanidad eran las mujeres.
* F I N *
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