Dejaron, entonces, las fábricas para retomar cuando volviera el consumo regular de papel, y retomaron el alicaído proyecto de calefaccionar la cuadra. Alguien dijo que estaba volviendo el invierno, y eso pareció reanimar a Laércio. En efecto, si podían situarse medianamente en una estación, resultaría más fácil crear un calendario y, aunque más no fuera aproximadamente, tratar de reconstruir el tiempo que llevaban detenidos. Y, de esa forma, sabrían –también con un margen aparente de certeza- , en qué año estaban.
Comprendieron, a partir de este simple ejercicio, que no era casual que los tuvieran lejos de las fechas, de no saber ni en qué día ni en qué año se encontraban. ¿Podía alguien decir, exactamente, la propia edad? No podían. Poco después, Laércio pensó que no era tan importante la exactitud de las fechas como los hechos que los tenían a todos tan lejos de sus vidas pasadas. Y procuró, entonces, reconstruir los motivos por los que cada uno había llegado a ese encierro.
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