Dieron, por fin, con una mezcla que permitía que el papel no se desgranara, y el lápiz de la Oveja se deslizara, aunque con cierta dificultad, de manera aceptable. Sin embargo, Laércio daba saltos de alegría. No lograba recordar la cantidad de años que habían pasado desde la última vez que había escrito algo. En un teclado, claro, y frente a una pantalla, no tenía la necesidad de sacarle punta a un instrumento que dejaba de funcionar a cada rato. El soporte de la Oveja era bastante deficiente, por cierto, y Laércio le daba argumentos al Mudo para sus actuaciones nocturnas.
Jamás hubieran imaginado que algo tan simple pudiera elevar tanto los ánimos. Y una de las primeras cosas escritas fue un pequeño manual para la fabricación del papel. El experimento había resultado exitoso, y estaban entusiasmados para mejorar el resultado. Las hojas que tenían eran un poco gruesas, un poco ásperas, un poco maravillosas. Y semana a semana fueron logrando mejores hojas, hasta que llegaron a una meseta, y la calidad quedó estancada. De cualquier manera, las críticas apuntaban a buscar la mejora, y todo el grupo estaba bastante perplejo al ver a Laércio tan contento. Hasta que una tarde, mientras escribía con fervor, lo vieron quedar con los ojos perdidos en el horizonte, y de pronto preguntó ¿alguien sabe qué día es hoy? ¿Cuánto hace que estamos acá? Y no tuvo respuesta. ¿Qué clase de historia voy a contar si no sabemos en qué año ocurrieron las cosas? Y tampoco hubo respuesta. Salvo del Mudo, que dijo, “Inventate tu propia era”. Todos rieron, como siempre, ante la ocurrencia.
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