Ángela cocinó la cena mientras Muriel preparó el baño. Les llevaba casi una hora calentar el agua sin desperdiciar leña, para un baño que no duraba más de 10 minutos antes de que sintieran frío. Pero les encantaba bañarse, ya que aprovechaban a acariciar las pieles resbalosas y brillantes por el jabón, y el perfume de los pétalos de flores que ponían en el agua mientras se iba calentando resultaba estimulante. Muriel y Ángela dedicaban largos minutos a mirarse, acariciarse, besarse. De alguna manera tenían que combatir el frío del agua, que se entibiaba con rapidez. Así es que pasaban el jabón por todos los recovecos que les parecía podían requerir lavado, y por todos los que tal vez no pero les producían instantes de gozo hasta caer rendidas de placer.
La cena, algo fría, era la culminación del festejo de los sentidos.
- ¿Vos pensás que Jazmín tiene razón?
- Puede ser, pero aunque no la tenga, tenemos que seguirla. Ojalá que tenga alguna idea, porque la verdad, a mí no se me ocurre nada. ¿Vos que crees, Muriel?
- Pensándolo bien, es muy raro que haya ocurrido un accidente. No se me ocurre un motivo para el atentado que no sea evitar que avancemos en la generación de varones. Pero es un motivo tan obvio que hasta me da vergüenza decirlo.
- Yo no tengo dudas de que la causa es esa. Lo que no puedo imaginar es el por qué, ¿te das cuenta? ¿Qué sentido tiene evitar que nazcan hombres? ¿Un caso de feminismo exagerado? No puedo entenderlo de ninguna manera.
- Estoy de acuerdo con vos. Lo único distinto que se me ocurre, más bien adicional, es que lograr una sociedad puramente femenina requiere de un plan enorme. No se llega a esto por pura locura, ¿no te parece?
- Me parece. Y también que es tarde. ¿Vamos a la cama?
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