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miércoles, 3 de febrero de 2021

Santa María Novella


 

Porque a los ojos de Dios la sabiduría de este mundo es locura.

Corintios; 3, 19

Campo de Fiesole – Día 5  de Cuarentena –– Año del Señor MMXX

¿Quién lo iba a decir, pleno siglo XXI? Pues bien, aquí seguimos, mi amada y yo, en esta finca tan tranquila, alejados del mundo infecto. Las mañanas suelen ser neblinosas en esta época del año, y a Fiammetta le gusta desayunar en la cama, mientras miramos la bruma por el amplio ventanal. Jugamos a contar historias, para que el tiempo sea más llevadero.

Ella cuenta el cuento del Rey Envejecido, que había hecho una maldad a su reina y, en castigo, los hados hicieron que por cada año que viviera a partir de ese momento, envejecería dos. El rey, desesperado, llamó al vicario para que buscase una cura a su mal. El anciano eclesiástico se veía desconcertado, porque el daño que sufría el Rey parecía irreversible. Era ya un hombre anciano y no era fácil, en tiempos de peste, salir a buscar hechiceras que se avinieran a revelar un conjuro para salvar al monarca.

Al pasar el primer año, y al ver el rey que no se curaba, mandó decapitar al vicario. Antes de que cayera sobre su cuello la pesada hacha que blandía el verdugo, el vicario alcanzó a decir “tres serán los años que envejezcas por cada uno que vivas”. Espantado, el rey corrió hacia el patíbulo, e hizo señas al verdugo para que detuviese la ejecución. El rostro y el torso manchados de sangre le indicaron que era tarde.

Vencido, el rey acudió al mausoleo donde yacía el cuerpo de su reina, muerta por su arranque de celos al creer que la soberana tenía amoríos con algún caballero cuando él se ausentaba para atender asuntos de Estado. Se hincó frente a la tumba, y cubierto el rostro por sus marchitas manos, imploró el perdón de la muerta. Horas después, el cuerpo enjuto y casi irreconocible del soberano era lavado para cumplir con los rituales mortuorios.

Así termina la historia, mi amado Giovanni Bocaccio, dijo Fiammetta. Yo la besé en la frente, y sonreí para mis adentros. No puedo creer que todavía, después de 673 años, pueda seguir imaginando historias para escapar de la peste negra.

 


 Fernando

Febrero, MMXXI

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