La mayora de las cosas que me gustan no
existen, es verdad. ¿Qué queda después de ver una película, o un cuadro, o una
escultura, o leer algo? Tal vez una pequeña imagen invertida en la retina,
que no sabemos bien cómo el cerebro endereza, pero que es efímera. Nada de eso tiene
existencia física, quiero decir. Lo vemos, lo sentimos, y ya está, au revoir,
chau. Queda el recuerdo, que tampoco tiene mucha entidad que digamos. No podemos
guardarlo en una cajita para otra vez.
Somos unos grandes receptores y emisores de
emociones. Sí, claro, esas emociones tienen un correlato físico: el sudor, la
risa o las lágrimas y otras secreciones producto de nuestras emociones. Eso podríamos
guardar en una cajita, o en un tubo de ensayo. Pero cómo lo distinguiríamos de
acuerdo a la causa que los provocó. Y hay que preguntarse si valdría la pena. Estaríamos
llevando nuestros sentimientos a la acumulación materialista que, desde estas
páginas, tanto deploramos: noventa centímetros cúbicos de sudor y lágrimas
harán que alguien sea menos esforzado o triste o lo que sea que alguien que
emane cien u ochenta, qué se yo. Es verdad que decimos cosas que parecen
cuantificar las emociones: estoy muy triste, re feliz, un poco cansado. ¿Pero cuál
sería la medida de la felicidad, de la tristeza, del dolor? Además, ¿serían
comparables? Si llegaramos a establecer la medida de la felicidad, por ejemplo,
¿sería equivalente obtener un 100 felicios, por decir algo, al ver una película
que al dar un beso? ¿O deberíamos comparar solamente los felicios de cada
actividad? ¿Y qué haríamos si alguien obtiene 100 felicios al ver una película
y alguien más obtiene 120 u 80?
Por estos días, a decir verdad, lo que
vengo obteniendo son contradicciones, porque siento muchísimos dolorios (no
tengo el dolorímetro, por lo cual no puedo ponerles una cantidad exacta), pero
a la vez siento felicios por el amor que recibo de mis hijos, amigos,
familiares. Entonces ¿qué hacemos, simplificamos? 100 felicios – 85 dolorios,
¿cuánto daría? Porque son heterogéneos, ¿no? 10 manzanas – 3 peras no da ningún
resultado. Es el conjunto vacío.
Y es ahí donde estoy ahora: en el vacío. En
descubrir que así de pronto todo el proyecto de vida se esfumó. ¿Qué hacer de
acá en más? ¿Cómo? El cuerpo sigue andando, es verdad. Me despierto cada mañana
y preparo el desayuno y les doy el desayuno a los gatitos como antes, cuando
tenía una fecha de casamiento, cuando mi bandeja de entraba se llenaba de
frases amorosas y corazones y sonrisas. Ya no. Y ya nunca más. Y es ahí donde
el dolor se come toda la felicidad. Mis 100 felicios se desvanecen al instante
con apenas 10 dolorios.
Ya pasará. Todo pasa. Esos nos dicen, y uno
lo repite. Y entonces me pongo a interpretarla. Mariela quería que yo estuviera
bien, me digo. Pero qué sé yo qué quiere ella ahora. No sé, siquiera, si está en
alguna parte. Sin duda está en el recuerdo, y en lo que escribió y cantó. Y lo “normal”
sería que en algún momento mi vida siga como antes. Sin ella, claro. Sin sus
besos, sus sonrisas y sueños locos y sus ojitos tiernos. Omitir el dolor de
esos recuerdos sería lo normal. Es lo que habrá qué intentar.
Pero no será fácil.
Fernando
Mayo, MMXX
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