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miércoles, 6 de mayo de 2020

Esto es efímero



La mayora de las cosas que me gustan no existen, es verdad. ¿Qué queda después de ver una película, o un cuadro, o una escultura, o leer algo? Tal vez una pequeña imagen invertida en la retina, que no sabemos bien cómo el cerebro endereza, pero que es efímera. Nada de eso tiene existencia física, quiero decir. Lo vemos, lo sentimos, y ya está, au revoir, chau. Queda el recuerdo, que tampoco tiene mucha entidad que digamos. No podemos guardarlo en una cajita para otra vez. 

Somos unos grandes receptores y emisores de emociones. Sí, claro, esas emociones tienen un correlato físico: el sudor, la risa o las lágrimas y otras secreciones producto de nuestras emociones. Eso podríamos guardar en una cajita, o en un tubo de ensayo. Pero cómo lo distinguiríamos de acuerdo a la causa que los provocó. Y hay que preguntarse si valdría la pena. Estaríamos llevando nuestros sentimientos a la acumulación materialista que, desde estas páginas, tanto deploramos: noventa centímetros cúbicos de sudor y lágrimas harán que alguien sea menos esforzado o triste o lo que sea que alguien que emane cien u ochenta, qué se yo. Es verdad que decimos cosas que parecen cuantificar las emociones: estoy muy triste, re feliz, un poco cansado. ¿Pero cuál sería la medida de la felicidad, de la tristeza, del dolor? Además, ¿serían comparables? Si llegaramos a establecer la medida de la felicidad, por ejemplo, ¿sería equivalente obtener un 100 felicios, por decir algo, al ver una película que al dar un beso? ¿O deberíamos comparar solamente los felicios de cada actividad? ¿Y qué haríamos si alguien obtiene 100 felicios al ver una película y alguien más obtiene 120 u 80? 

Por estos días, a decir verdad, lo que vengo obteniendo son contradicciones, porque siento muchísimos dolorios (no tengo el dolorímetro, por lo cual no puedo ponerles una cantidad exacta), pero a la vez siento felicios por el amor que recibo de mis hijos, amigos, familiares. Entonces ¿qué hacemos, simplificamos? 100 felicios – 85 dolorios, ¿cuánto daría? Porque son heterogéneos, ¿no? 10 manzanas – 3 peras no da ningún resultado. Es el conjunto vacío.

Y es ahí donde estoy ahora: en el vacío. En descubrir que así de pronto todo el proyecto de vida se esfumó. ¿Qué hacer de acá en más? ¿Cómo? El cuerpo sigue andando, es verdad. Me despierto cada mañana y preparo el desayuno y les doy el desayuno a los gatitos como antes, cuando tenía una fecha de casamiento, cuando mi bandeja de entraba se llenaba de frases amorosas y corazones y sonrisas. Ya no. Y ya nunca más. Y es ahí donde el dolor se come toda la felicidad. Mis 100 felicios se desvanecen al instante con apenas 10 dolorios. 

Ya pasará. Todo pasa. Esos nos dicen, y uno lo repite. Y entonces me pongo a interpretarla. Mariela quería que yo estuviera bien, me digo. Pero qué sé yo qué quiere ella ahora. No sé, siquiera, si está en alguna parte. Sin duda está en el recuerdo, y en lo que escribió y cantó. Y lo “normal” sería que en algún momento mi vida siga como antes. Sin ella, claro. Sin sus besos, sus sonrisas y sueños locos y sus ojitos tiernos. Omitir el dolor de esos recuerdos sería lo normal. Es lo que habrá qué intentar.

Pero no será fácil.

Fernando
Mayo, MMXX

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