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viernes, 29 de mayo de 2020

Distopías en patineta


La película de Raúl Perrone puede entenderse como un homenaje al cine mudo: filmada en blanco y negro, con diálogos que aparecen en placas (en castellano y en inglés al mismo tiempo), y se desarrolla en un tiempo indeterminado, tanto por la época como el tiempo del relato. Sabemos, eso sí, que es una película que muestra el siglo XXI, o la última parte del XX como mucho. Sí nos dice que transcurre en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires.

Se divide en tres actos y un epílogo, y los protagonistas siempre son adolescentes. Skaters, además. Todo el tiempo están los chicos con las tablas, bajo los pies o en las manos, mientras van o vienen de la pista donde practican sus piruetas. Y sin embargo, no es eso lo más importante. El skate es un modo de reunirse. Ahí están con sus amigos, sus novias, con personajes oscuros y peligrosos. Los vemos moverse sobre o con las tablas, sí, pero no hay un tiempo de grandes proezas. No es un documental de la actividad. Es, podemos decir, una película con y no de skaters. Aunque estén ahí todo el tiempo.


Y si bien es una película con artificios antiguos (las placas con los diálogos, el blanco y negro), no por eso es menos moderna. Lo primero que nos viene a la mente es que esa forma de presentar los diálogos entre los personajes se parece bastante a los mensajes enviados por celular, a esas conversaciones que empiezan y terminan sin mucho protocolo, y aunque dicen mucho, no lo dicen todo. La película muestra más de lo que dice, y está en el espectador deducir qué pasa. Y esa es la otra característica de su modernidad: no está todo dicho. Y a veces, nada está dicho. Vemos una larga conversación entre un personaje con cierto aire paternalista, pero no aparece ninguna placa.  Solamente silencio. O música, como mucho.

Hasta que aparecen los disparos. Algunos policiales, otros sin procedencia definida. Aunque uno de los skaters aparece desenvolviendo un arma, no lo vemos usarla. Pero los disparos están, y como tales son una ruptura. Las cosas ya no son iguales. Hay más tensión, más intriga, nervios y uñas mordidas. Pero siempre con una enorme paciencia narrativa. Perrone no le escatima al primer plano, al plano detalle, a la cámara fija o en travelling para seguir a un personaje, para volverlo a mostrar, para ponerlo otra vez en escena y fundir los cuerpos con sus fantasmas.

Y entre toda esa paciencia narrativa, la película se matiza con músicas, silencios, algunas idas y vueltas. Es importante tenerle paciencia. Tanto skate podría hacer pensar en una historia de vértigos, pero no. No es una película de skaters, es con skaters. Repetimos.


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Fernando

Mayo, MMXX

 

 

 

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