Plaza Sinclair - Conejors - 2018 |
Mientras pensamos si Plaza Sinclair [1] es
un lugar imaginario, se nos ocurre que la literatura de Jorge Consiglio siempre
nos invita a dar un paseo. Ya sea por
Marrakech, Villa del Parque, Diagonal Sur o Mogadiscio. Y si no es por un lugar
específico, igual nos pide “Viajar, viajar” (así como Leonardo Favio nos pedía
Soñar, soñar)
Plaza
Sinclair es un poemario divido en tres partes: los cuadernos
de Gari, el viaje –como no podía ser de otro modo– de Gari, y cenizas del
insomnio, lo que da una idea de unidad a todo el libro. No es que los poemas no
puedan entenderse en sí mismos, pero la idea de una narración está siempre
presente.
A lo largo de estas páginas encontramos una poesía
que podríamos asociar a lo conocido como “poesía de la observación”. Hay una
gran acumulación de detalles en muchos poemas, incluso con marcas comerciales,
que nos ponen en un aquí y ahora, en un mundo real:
Veo un muchacho
gordo, en cuero,
sudado,
que corta el
pasto
con una máquina
eléctrica.
Lleva una gorra
metida hasta las cejas
que tiene
bordado el logo
de John Deere.
Mueve la cabeza:
el pensamiento
tiene ritmo
(“Mondo
intacto”, pág. 27)
Este que ve, no solamente describe lo exterior, sino
que se mete en la cabeza del muchacho que corta el pasto. Nos muestra el mundo
interior además del mundo real. Mundo real que se enturbia a cada verso,
ciertamente, como si a medida que leyéramos nos fuésemos embriagando y ya las
cosas no fuesen tan claras como parecían. Y es así que debemos volver a
empezar.
“El delirio revela una larga preparación en las
tendencias antiguas del carácter”, dice la cita al comienzo. Y dice que la dice
“J. L.”. Y aquí otra vez se nos nubla la
vista. ¿Por qué el misterio del autor de una cita tan clara? Entendemos que se
refiere a Jacques Lacan, aunque bien
podría ser John Lennon, Juan Lavalle o el mismísimo Juanele, según sugirió
Claudia López Swinyard el día de la presentación del libro.
Aquí sostendremos que remite a Lacan, gran teórico
del delirio, que nos dice que la personalidad delirante es un proceso que viene
de la normalidad previa (es decir, los rasgos que tenía el delirante antes de
llegar a esta nueva situación) Y los dos delirios más famosos son el de
grandeza y el de persecución, que en la misma intensidad y con sentido
contrario afectan al país: los argentinos somos lo más grande que hay,
escuchamos todo el tiempo. Pero también que siempre nos quieren perjudicar.
Esto es visiblemente notorio en el deporte: desde Firpo para acá, pasando por
la selección del ’66, Reutemann en el 82 o Maradona en el 94, creemos que hay
un sínodo internacional que pretende perjudicar al argentino, que es más inteligente
y capaz que cualquiera.
Tal vez por eso Plaza
Sinclair lleva el nombre de un marino estadounidense que peleó en la Armada
argentina, muchas veces a las órdenes del Almirante Brown. O elige a los
gorriones, esos pájaros pequeñitos y del color de la tierra que con sus trinos
son la representación de la alegría y el triunfo de los humildes para comenzar
los cuadernos de Gari.
Apenas amanece
–a veces, antes–,
los gorriones
bajan
en bandada
de los árboles
(“Lo
primero”, pág. 21)
Cuadernos que empiezan de manera estridente y a los
gritos (la humedad es una trompeta; pág 11) como el Combate de San Lorenzo (la
calle Sinclair se choca con el Parque 3 de febrero). Alguien llama a otro / … a
gritos pelados (Pàg. 12) ; La
ventana, hijos de puta, grita la
gallega (Pág. 14); Gari, gritan a la distancia (Pág. 15). Y
otra vez en “Mondo intacto”, nos encontramos con un paroxismo de gritos:
Alguien grita.
Llama a otro,
a alguien que es
sordo o está lejos.
No lo escucha y
vuelve a gritar.
Es un grito desarticulado,
más de auxilio
que de
convocatoria;
sin embargo, por
el contenido
–se distingue un
nombre propio–,
queda en claro
que es de convocatoria.
Es un grito de hombre, grave,
Adelgazado por
la tensión.
Es un grito crudo,
destemplado.
Se escucha tres
veces
y, después, en
el silencio,
se siente su
falta.
(“Mondo
intacto”; Págs. 27–28 –las negritas son mías–)
Asì como dice el poema, luego
vendrá un silencio, que nos llevará
hasta una revuelta popular hacia el final. Es la utopía de las cosas posibles.
Volviendo a la escritura, digamos que este delirio
que nos anticipa Consiglio se asemeja (en cuanto proceso, y no en cuanto
delirio) a su propia evolución como escritor: en estos poemas está la escritura
anterior: hay personajes, hay climas, hay descripciones y hay irrupciones del
narrador / yo poético que se manifiesta en comentarios entre guiones, como
puede apreciarse en las citas anteriores. Pero veamos un ejemplo del cuento
“Diagonal Sur”, que abre Villa del
Parque:
En
junio de 1912, un buque mercante demoró más de la cuenta en entrar a Buenos
Aires. Fueron horas de espera que los pasajeros –todos en cubierta– aprovecharon para reunir elementos con los que
imaginarían el futuro. Vieron grúas, silos, un grupo de gente helada –la temperatura era de –2ªC– y el
perfil dentado de una torre. El resto estaba vedado por la neblina. El descenso
del barco –un completo caos– constituyó
el fin de una etapa. Sin embargo, en la cabeza de los recién llegados se alojó
la siguiente. Pensaron que la vida se iniciaba, que empezaban de nuevo. De la
multitud se desprendió un muchacho
–corpulento, alto, pelirrojo– que atravesó el puerto con paso rápido, como
si lo conociera, y salió a las calles del centro.
(Villa del Parque; Eterna cadencia; 2016; Pág. 9 – Las negritas son
mías)
Tenemos, en síntesis, una poesía que proviene de unos cuentos y que
guardan la marca de autor en su factura tanto como en sus imágenes: esa
descripción de Buenos Aires y del pensamiento de los personajes nos remiten al
muchacho que corta el pasto con su gorra de John Deere; así como a las
irrupciones de un narrador que aparece generalmente entre guiones a contarnos
detalles que nosotros, lectores, no deberíamos pasar por alto.
Jorge Consiglio |
Fernando Berton
Setiembre, 2018
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