Me gustan tus palabras. Algunas veces me hacen cosquillas aquí, ¿ves?, y me gusta cómo sonríen.
Otras veces, en cambio, la sonrisa se trueca por plena risa, alegría de una siesta en el verano.
Por momentos vienen cargadas con el ímpetu del río esplendoroso que arrastra todo a su paso y me dejan exhausto.
Me gustan tus palabras silenciadas, esas que lo dicen todo y, al mismo tiempo, nada.
Me gustan y me asustan tus palabras disfrazadas, esas que parecen ingenuas, de tan malvadas.
Claro que no puedo olvidar las palabras que se hacen ovillitos, y se quedan un rato aquí, bajo mi brazo, mientras les hago rulitos con el dedo.
Las palabras que me gustan, además, son esas que viajan en tropel por las arterias y me recuerdan toda la rigidez de ser hombre, o macho, y se vierten por doquier en un torrente espeso, en un abrazo intenso en medio del puente que creamos
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