La cosa no pasa de ahí. Vamos a tomar unas copas y
después volvemos, no muy tarde, no muchas copas, mañana será otro día de
trabajo y no se puede llegar después de hora.
El tren se ha demorado, el cantinero se ha olvidado
los pedidos, las chicas están muy ansiosas. Todo hace que nos quedemos más de
la cuenta, que bebamos y besemos y sigamos de largo.
Doscientos pesos salió todo, y como de costumbre la
mayor parte la tuve que poner yo. Hace tiempo
que pienso que esto no puede continuar así, y así estoy noche a noche.
Ya me cansé de poner excusas en el trabajo por las
llegadas tarde. Esta vez diré que me
quedé bebiendo más de la cuenta, demasiado tarde, demasiado sexo. ¿A quién puede importarle?
Me echaron. No les importa, y así están las cosas
ahora. Sin trabajo, ya no podré salir cada noche. Vienen a buscarme, pero les
digo que no tengo dinero. No les importa. Ellos pagarán.
Y pagan. Por sexo. Por alcohol. Por algunas drogas. Ya
no puedo llegar tarde, así que me quedo hasta que no puedo más, hasta que el
estómago se me da vuelta y el mundo gira más rápido que cualquier calesita de
barrio.
Entonces, sobreviene un sueño pesado y espeso. Es como
soñar en un mar de polenta con queso muy caliente. El gusto está en disolver todo
despacio entre los dientes, y tragar cuando está tibio. Y apurar un trago de
vino oscuro y maduro.
Tengo de pronto un cuerpo entre las piernas que no
reconozco. Se mueve apenas, y yo casi no respondo a sus estímulos. Pero todo
pasa, y el cuerpo gime y yo me retuerzo un poco hacia un costado, para seguir
con el sueño.
La mañana pasa de largo y la tarde casi está
terminando cuando todo vuelve a empezar. No tengo trabajo. No importa. Nos drogamos.
Nos cogemos. Salimos al aire de la noche a revolver los estómagos.
Hace dos tardes perdí un diente. Creo que en una
pelea con unos ángeles que pasaban por ahí. Dicen que por diez pesos que
estaban tirados en la vereda. La verdad no lo sé. Los ángeles no han vuelto, y
mi diente tampoco.
Fernando
Marzo, MMXIII
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