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sábado, 13 de marzo de 2021

Ya no hay hombres - Capítulo 11

 

Poco a poco fueron mejorando las instalaciones. A partir del alambique, construyeron una caldera que les permitió calentar agua para bañarse, y comenzar un proyecto para calefaccionar el cobertizo, que en principio fue un rotundo éxito, hasta que reventaron las tuberías por las que conducían el vapor, acaso por exceso de presión, acaso porque eran muy viejas. Así, y también por falta de más caños, el proyecto quedó en suspenso hasta tanto consiguieran materiales nuevos.



 

Una noche, Laércio propuso fabricar papel, ya que necesitaba volver a escribir. Sentía que sus ideas se perdían en el aire, y también que le costaba ordenar el pensamiento si no lo veía escrito. Habló al grupo un rato para convencerlos de las bondades del plan –al que, en verdad, nadie se oponía, pero parecía que estaba en su sangre defender sus ideas con fervor-, hasta que El Mudo propuso:

-          Ok, ok, vamos adelante ¿sabés cómo se fabrica?

-          Bueno, es decir, eh, hm. No, no tengo idea.

Cuando pudieron dejar de reír, alguien comentó

-          Mudo, a ver si aprendés a hacer reír a la gente

Y se agarraban las barrigas y les dolían las mandíbulas de tanto reír.

Al día siguiente, El Mudo apareció en el cobertizo con unas ramas verdes. Reunió al grupo y se puso a quitar la corteza, hasta dejar la rama desnuda y blanca. Luego, pidió a dos compañeros que sostuvieran fuertemente la rama por cada extremo, y con un cuchillo bien afilado, la cortó longitudinalmente en dos mitades. Con el mismo cuchillo, extrajo la pulpa, que fue tirando en un cubo con agua, hasta que cada mitad de la rama quedó totalmente hueca. Al terminar, miró fijo a los ojos de Laércio.

-          Con varias que hagamos, y un poco de suerte, podremos convertir eso en pasta de celulosa. Después, habrá que lograr una plancha, un tamiz,  una prensa, un lugar de secado, y luego tendremos tu papel. Eso sí, que el lápiz lo invente otro.

Laércio abrazó al Mudo, y le agradeció como si le hubiera devuelto la vida. Los demás rieron al ver el emocionado gesto, mientras soslayadamente secaban algunas lágrimas.

 

Las primeras hojas que fabricaron se parecían más al cartón que al papel; y aunque las dejaban secar varios días, no lograban que se mantuvieran unidas, ya que se desmembraban en los dedos como si fuesen de arena. No desesperaron, e incluso redoblaron esfuerzos cuando La Oveja –un hombre canoso de pelo enrulado-, apareció con el primer esbozo de lápiz: dentro de las dos mitades de las ramas ahuecadas, había dispuesto un palito carbonizado, y pegó las dos partes con una mezcla de serrín y resina que obtenía de unas coníferas cercanas.

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