Para Mariela, que sigue en su viaje
El árbol recorre su camino hacia lo profundo del otoño. Poco a poco sus funciones le indican que debe descansar, cerrar los vasos, enviar cada vez menos savia hasta la más lejana nervadura de la hoja más alta. Pero mientras tanto nos deleita con sus colores que mutan del verde al amarillo. Nos preguntamos de dónde sacará el azul para convertir el amarillo en verde cuando, pasado el invierno, sea otra vez primavera.
Renacer es, para los árboles, algo tan habitual, tan de su normalidad arbórea, que nosotros, temerosos de la mortalidad, lo vivimos como un milagro. Me viene a la mente una imagen del libro The halloween tree, de Ray Bradbury, en la que se cuenta el temor de los primeros homínidos a la noche, a morir. Ellos creían que dormir era morir, y agradecían cada mañana volver a la vida.
Cuando descubrimos, como especie, que dormir no era la muerte, dejamos de agradecer cada mañana. Naturalizamos la caída de las hojas y el reverdecer primaveral. Dimos por sentada la felicidad de nuestro trabajo y pusimos nuestros sueños en pos de una carrera por acumular objetos, sin notar que la felicidad no es material. Una mirada, escuchar un sonido, ver los colores del cielo, el fuego que surge de un beso no tienen, no pueden tener, un correlato material, son los instantes fugaces los que nos llevan adelante. Hasta que de pronto todo cambia
-Hacia
el final del libro te preguntás cuál es la política postapocalíptica para el
tiempo y lugar que toca vivir. ¿Sigue en pie tu propuesta de parasitar al
capitalismo luchando por un ocio civilizatorio, por el control social de las
rentas naturales, digitales y financieras?
-Sigue en pie. Cuando escribí el libro
pensaba en las “nuevas derechas”, que son preapocalípticas: proponen acantonar
a toda la sociedad ante un riesgo siempre inminente: los inmigrantes, el
comercio chino, la “ideología de género”. El efecto era paralizar a la sociedad
ante un riesgo que nunca se concretaba. Son esas nuevas derechas justamente las
que peor afrontaron la amenaza concreta de la pandemia, negándola. Entonces,
sí, hoy una izquierda posapocalítpica tiene aún más sentido, porque la página
de la sociedad pospandemia está por escribirse y la nueva derecha finalmente no
estuvo a la altura: no portaban ninguna idea de futuro, solo resentimiento y
nostalgia. Es una oportunidad para que una izquierda últimamente defensiva,
nostálgica o melancólica vuelva a apropiarse del futuro.
Esto dice Alejandro Galliano,
historiador, en una entrevista que le hacen en Página 12 a propósito de su
libro ¿Por qué el capitalismo puede soñar
y nosotros no?
Y si bien estoy de acuerdo, es
difícil salir de la nostalgia. No sé si del resentimiento, pero la nostalgia
tiene el gusto agridulce del recuerdo de un tiempo promisorio. En tanto que
esas promesas no se cumplieron, o solamente en parte, los años transcurridos
impiden pensar un futuro mejor. Más que nada porque se carga a cuestas el peso
de las tareas no cumplidas, de los objetivos no alcanzados, o alcanzados a los
ponchazos, con un costo alto en salud, y por ende fuerzas, para empezarlo todo
de nuevo. Y más cuando en el mejor momento, cuando se estaba por levantar
cabeza, un nuevo golpe hace estallar ese brote de esperanza y de deseo que
renace. Otra vez el desgano, la tristeza, pensar en las cosas y los tiempos
idos son los únicos motivos de sonrisa. Pero a la vez de desesperación, porque
esos tiempos, esas cosas, esas personas ya no están. O no serán iguales. O no
serán, incluso. Es frustrante. Surge la necesidad de aferrarse a cualquier cosa
para mantenerse con vida, y este es el momento en que no se sabe cómo hacer
para que algo tenga algún sentido.
Fernando
Abril, MMXX
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