El vuelo duró algo más de tres horas. Apenas un poco demorado en la salida por una posible huelga de pilotos. Por suerte teníamos paraguas, así que nosotros nos defendimos de ellos con la risa. Habiendo internet, el consorcio no se responsabiliza por el uso de los ascensores, pensamos. Y ellos nos miraron con cara de "¿y a estos qué les pasa?".
Había una gran tormenta en ciernes. Lloverían sapos y culebras, vendría una manga de langostas. Y otras seis plagas que no recordábamos con exactitud, salvo en su número genérico. Excepción hecha de la langosta, que coincidía con el medio de acceso a la aeronave.
A los dos nos tocó pasillo. Por suerte en la misma fila, de modo que yo siempre podía extender el brazo y acariciarle la rodilla. O viceversa. Y ellos nos mirarían por encima de los anteojos de leer, con cara de "¡gente grande!". Nosotros nos reímos de ellos íntimamente. Es decir, sin que se nos moviera un músculo de la cara, como quien dice.
Al cabo de un instante la tripulación pasó con las medidas de seguridad en caso de inseguridad. Es decir, que el aparato caiga al agua, o la cabina pierda presión, o que no haya ningún menor a quien tengamos que poner la mascarilla luego de ponernos la nuestra, y de buscar desesperadamente un salvavidas debajo del asiento y ningún paracaídas. ¿Por qué hay salvavidas y no hay paracaídas en los aviones? No lo sabemos.
Ellos nos miran. Ya estamos cercanos a la velocidad de crucero, ya estamos cercanos a que se apaguen las señales de ajustarse los cinturones (porque parece que estamos a fin de mes), ya estamos cercanos a que no se apaguen las señales de no fumar (porque en estos vuelos no se puede fumar).
El vuelo despega. Entonces es verdaderamente un vuelo. Porque hasta entonces, mientras está en tierra, nos preguntamos, ¿puede decirse que es un vuelo? Tampoco lo sabemos. Solamente sabemos que el vuelo, lo que sea que se llame así, demandará tres horas y un poquito para llegar a destino. En el aire las cosas parecen ser más sencillas. No hay huelga de nubes o de vientos alisios o de cielos.
Cada uno en nuestro pasillo, nos miramos cuando la azafata nos ofrece un pequeño refrigerio: un sandwich, café, agua o gaseosa, una galletita dulce. No hay película. No hay música. Pero podemos leer nuestro libro de papel en todo momento, a diferencia de los libros electrónicos que según toque pueden representar un riesgo para la navegación aérea. (Abrimos un paréntesis y nos preguntamos si después de tantos años de aviación no podríamos ya tener palabras específicas, que seguimos pidiendo prestadas al transporte marítimo. Cerramos paréntesis)
Finalmente el vuelo finaliza. Calculamos que en el momento de tocar tierra, pero todavía hablamos del "vuelo" mientras la aeronave se desplaza por el suelo, hasta llegar a la langosta por la que habremos de descender.
En nuestro destino hará frío. Aunque sea diciembre. 26, más precisamente. Pronto estrenaremos año. Y podremos comer comidas de invierno en verano. Porque acá hace frío. Es verano pero hace frío.
¿Qué hará acá en invierno?
Fernando Berton
Junio, 2017
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