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lunes, 1 de abril de 2013

La Bruma II (Final)


Cuando la realidad se vuelve sueño


El carruaje se movía a gran velocidad, a pesar del camino, que estaba bastante roto, y en un barquinazo, dio la cabeza contra la ventanilla. No estaba muy seguro de haber despertado del todo, no estaba muy seguro de cómo había llegado hasta ahí, no estaba muy seguro de lo que había alrededor. Por lo poco que podía ver sacando la cabeza por la ventanilla, le parecía la entrada a un bosque, que de pronto tenía cierta luminosidad gracias a la luna llena y a que la niebla había aflojado un poco. Solamente un poco. Al rato, otra vez tenía que hacer milagros para ver la punta de los dedos. Y otra vez el temblor al tocar la cara tibia, la humedad de una boca, la delgadez de la nariz, unas cejas imperceptibles.
-          ¿Quién sos?
Pero no hubo respuesta.
El carruaje se detuvo abruptamente. Sintió unas manos que le tapaban la cabeza con una capucha. Lo sacaron abruptamente. Sintió un frío tremendo en todo el cuerpo, y no pudo evitar temblar y golpear los dientes. A empujones lo fueron llevando, y trastabilló varias veces, y varias veces lo levantaron. Le dolían las rodillas y no paraba de temblar. Supo que subieron una escalinata bastante larga, en la que tropezó y cayó en distintas oportunidades. Al fin ingresaron a un lugar cubierto, y le sacaron la capucha. Le costó bastante poder hacer foco nuevamente. Notó que había varias personas, aunque tenía la vista muy nublada y la luz de pronto le provocaba dolor en los ojos.
-          ¿Quiénes son?
Pero no hubo respuesta.
Pensó que en cualquier momento se despertaría. Que Pérez bajaría de la siesta a preparar un té, o un café o directamente la cena. Desde la ventana, cuando se despertara, cuando se fuera la bruma, podría ver el acantilado, el mar meciendo los barquitos en sus amarras, las flores en los jardines, y los pensamientos en los cerebros. Podría sentir los labios dibujando una sonrisa al volver de un sueño tremendo y descubrir que las escenas y las esencias estaban como las había dejado antes de empezar a leer y luego de dejar de leer porque el sueño se había apoderado del exterior, porque la realidad se había vuelto un sueño y el entorno era como una ropa que se usa para una ocasión especial, una fiesta importante, y nada más, nunca más se usaría, el día a día requiere otras vestimentas, otras actividades, otros destinos.
-          ¿Qué quieren conmigo?
Pero no hubo respuesta.
Sintió, entonces, un dolor en los tobillos. Hacía una hora o dos días que estaba parado ahí, en ese salón inmenso y oscuro, del que solamente podía ver un resplandor de fuego en lo que suponía era un hogar. No hacía tanto frío como afuera, cuando lo bajaron a empellones del carruaje, pero tampoco se sentía tan cálido. De pronto recordó que había tocado un rostro suave, desde la mejilla hasta la boca y por la nariz hasta las cejas. Pensó si había tocado un hombre o una mujer. Y no pudo decidirse. Pensó que no tuvo sensaciones, y pensó que no podía decidirse si le había gustado o le había generado rechazo.
-          ¿Están ahí todavía?
Pero no hubo respuesta.
O sí. De pronto sintió que le arrancaban la ropa, y quedaba totalmente desnudo en esa semi penumbra tibia. Que cada vez se volvía más fría, porque el fuego del hogar no estaba siendo atendido, y perdía intensidad a cada momento.
-          Debes ser Neme.
Pero no hubo pregunta.
No pudo distinguir si lo tocaban varias personas. Sí supo que las manos eran varias, y que las suyas estaban en ese menester. Que le daban caricias por aquí y por allá, respiraciones, oraciones, sinsentidos y sinsabores. Una y otra vez, ahora por acá y otras por allá, allá, acá, acalla, las máscaras más caras estaban a disposición de los sensores ensordecedores con gemidos y aullidos de la luna llena, por los siglos pasados pero también por los minutos perdidos en las autopistas del placer hasta lo más bajo de las extremas confusiones entre rebeldes que temen ser seres perennes.
En lo más alto del abismo se descubre a punto de caer, de tragarse el océano y los peñascos. La sangre fluye tremenda hasta todas las extremidades. Su cara se enrojece. Su pene se enaltece. Sus pies no lo sostienen.
-          Debe ser Pérez.
Por fin una respuesta.
Pero no había pregunta. La bruma era cada vez mayor. Sabía que en un momento dado iba a despertar, y Pérez, que estaba ahí trayendo el té verde, le daría la mano para salir del sillón, con una sonrisa leve en su boca húmeda, en sus labios finos, en su nariz filosa y en sus cejas imperceptibles, con su túnica gris y su mano en el hombro diría a todos los presentes.
-          Neme, mereces que te quemen.
Y el abismo se metería en todo su cuerpo, y el hogar se apagaría.

Fernando Berton
Copyright: abril, 2013.



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