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martes, 26 de febrero de 2013

Home by the sea



Nos encantaría vivir en cualquier lugar que tuviera una mejor vista que la que tenemos. Salir de la casa y ver el mar, escuchar el incesante siseo de cielo y sirenas.

Soñamos con salir a caminar descalzos por la playa, ver las aves y los barcos que se llevan otros sueños a distancias increíbles, a tierras extrañas, a mundos otros.

Recorremos el pasillo de arena que separa estas sensaciones de libertad y de comunión con la naturaleza, de las baldosas y los caños de escape que están más allá de la rambla descuidada y ruinosa.

Internarnos en lo profundo de nuestra mirada y llenar los pulmones y las retinas con el gusto a sal mezclado con el aire frío que viene desde el fondo de Neruda, mientras un niño triste nos mira desde la mirada de otro mar, de otro amor, de otra tarde entre el silicio y el cloruro.

Vamos a soñarnos un miedo que se queda tomando el té en la casa junto al mar, mientras caminamos de repente con el agua en los tobillos, los cangrejitos que se ocultan rapidito al ver nuestros pies amenazantes, los peces que llegan hasta la orilla a juntar plata para el almuerzo.

En medio de todo eso, está la vieja realidad de cemento que se interpone entre nuestros sueños y la almohada de caracolas marinas que supuestamente usó Alfonsina para salir del dolor de ya no estar en condiciones de aguantarlo.



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