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sábado, 3 de abril de 2021

Amanece

 

Adhyaapak dice que hay que volver a la respiración cuando la mente se distrae. Poner la atención en el aquí y el ahora, dejar pasar los pensamientos como se deja pasar un colectivo que no nos lleva adonde vamos. Adhyaapak dice que es totalmente normal que la mente nos lleve a cualquier parte, que es eso lo que la mente hace. Dice, Adhyaapak, que hay que dejarla y pensar en el espacio que media entre cada inhalación y cada exhalación.

Inhalo.

Exhalo.

Todo lo que ocurre entre ambos momentos es la vida misma, es la energía vital que vibra en cada una de las células del cuerpo.

 

Inhalo.

 

 

Exhalo.

 

Adhyaapak dice que así vamos llevando la mente a la atención plena, al prestarle atención a nuestra respiración, mirar con atención dónde se hace más notoria. Seguir el leve movimiento del abdomen cuando el aire ingresa, cómo lo acompañan el pecho y las clavículas.

 

 

Inhalo.

 

 

 

Exhalo.

 

Dice Adhyaapak que el momento presente es lo único que importa. Cerrá los ojos, instruye Adhyaapak, dejáte llevar por la respiración, concentráte en ese momento sutil en que el aire deja de salir para empezar a entrar hasta lo profundo de los pulmones. Prestá atención, dice Adhyaapak, a lo automático de la respiración. Pero no intentes intervenir, solamente dejála fluir, suave, a su propio ritmo.

 

 

 

Inhalo.

 

 

 

 

 

Exhalo.

 

 

 

Ahora, dice Adhyaapak, vas a abrir lentamente los ojos, y vas tomar consciencia del espacio que te rodea, de la luz tenue del amanecer que ingresa por una rendija de la puerta, del silencio de la mañana cuando los ruidos de la agitación cotidiana todavía no han comenzado. Estiráte todo lo que puedas, pide Adhyaapak, como si fueras un gato que se levanta de su sopor.

 

Inhalo.

 

 

 

 

Exhalo.

 

 

 

El día ahora comienza.

 


 Fernando

Abril - MMXXI

jueves, 23 de mayo de 2019

Hay veces que no puedo dormir

siento un dolor en las costillas, un leve ronquido logra despertarme, hacerme pensar que estoy roncando, que no puede ser que ronque, que debería cambiar de posición, tener otra almohada, otra cama, otro colchón, otra cosa que me proponga sueños que no necesiten ronquidos, imágenes de fotografías antiguas, casi daguerrotipos, sueños que hubiera tenido si no los hubiera soñado, pesetas en lugar de salud, un espacio intersticial menos aerodinámico y cosas por el estilo.

sin embargo, las notas de una sinfonía me hacen pensar en cosas menos urgentes, tal vez una trompeta con sordina, como una voz suave que me susurra cosas al oído, que me lleva a pensar que no todo es lo que yo creo, que también hay cosas que se parecen a lo que creen los demás, que hay otros mundos, circunstancias en las que no hubiera pensado nunca, ejercicios mentales y de los otros para una veloz interpretación de la realidad cambiante de cara al siglo XXII.

tengo amigos y familiares en otras ciudades y hasta en otros continentes. tengo conocidos acá a la vuelta y parientes lejanos. tengo canas y algunos me dicen que no tengo los años que parezco. me duele a veces la cabeza pero mucho menos desde que me dediqué a respirar. el encuentro con una flor y una mariposa o la vista de un tren desde una postura poco frecuente suelen emocionarme. quisiera que este procesador de textos pusiera las mayúsculas después de los puntos, seguidos o aparte pero no, por eso, querido lector desprevenido, tendrás que imaginarlas. sí, ya sé que has iniciado los trámites jubilatorios, pero uno nunca se olvida de los amigos.


fernando
mayo (que no termina más y tardaremos para cobrar) 2019

viernes, 9 de noviembre de 2018

Solo dos problemas



Roberto Fontanarrosa decía tener solamente dos problemas para jugar al fútbol: la pierna derecha y la pierna izquierda. A mí me pasaba exactamente eso. Creo que no obedecían las órdenes que les daba. Reaccionaban a destiempo, frenaban al momento de picar y golpeaban al rival por no atinarle al cuero. Recuerdo solamente dos ocasiones en las que parecí vencer esas incapacidades. Una fue cuando, a falta de un compañero de cuarto año (yo estaba en quinto), me pusieron en el otro equipo. Tal vez porque nadie esperaba nada de mí, esa tarde estuve presente en las dos áreas, salvé un gol, hice otro y asistí para que otro convirtiera. De más está decir que mis habituales compañeros me putearon bastante por jugar bien (este hecho merecería analizar la cuestión del punto de vista: siempre me puteaban por jugar mal, y una vez que jugué bien, pero en otro equipo, también me putearon)

En otra ocasión, algunos años antes, tuve también un desempeño destacado una tarde en el complejo deportivo junto a la cancha de Lanús, al que accedíamos colándonos por una casa abandonada. Como solía ocurrir, armamos un picado con otros que estaban ahí, y de los que no sabíamos nada, así que el azar me puso en uno de esos bandos mezclados. En ese partido tuve la visión para poner pases al vacío, frente el avance de un delantero que terminó convirtiendo, y marqué un gol de cabeza, único en toda mi carrera. Volví a casa no digo que en andas pero sí con una alegría inmensa.
Nunca más me pasaría. De hecho, la última vez que estuve en un partido, yo estaba en el banco de los suplentes mientras mi equipo jugaba con uno menos.

Pasaron los años y por culpa del cigarrillo ya no pude jugar al fútbol, ni a ninguna otra cosa. De hecho hoy, si veo que se va el último tren, no puedo correrlo, a fuerza de quedar sin aire. Me dediqué a escribir, a estudiar, a veces a dar clases. Pero ciertamente, si me dieran a elegir entre el nobel de literatura y jugar un partido, lo pensaría muy seriamente.


Fernando
Noviembre
MMXVIII

 

miércoles, 28 de marzo de 2018

sin convicción

Chinos oxidados

Ahora son las 14:12 Supongo que llegué a este bar hace una hora. El tramo City Bell – Villa Elisa lleva cuatro minutos. Bajé sin mayor convicción. No sé muy bien –sigo sin saber– qué quiero de este viaje. Bajo porque necesito ir al baño, después de tres horas de haber salido de casa. La estación CB tiene baños, pero están con llave. Camino hacia lo que considero que es el lado sur. Hay unos monoblocks pomposamente llamados Torres del sol. Camino por la calle 419, que tiene un bulevar, y me llaman la atención unas estructuras metálicas que parecen esas horripilantes figuras que semejan un chino que sostiene el canasto de la basura. Pero estas son mucho más grandes, no sostienen ningún canasto, me invitan a tomarles unas fotos. Camino y veo que los monigotes oxidados tal vez fueron chimeneas. Ahora solamente están ahí oxidándose en lo que queda de una demolición o derrumbe o ruina de una fábrica, qué-se-yo. Hay más movimiento del esperado y no da mear en la calle. Paso por un bar de una franquicia. Miro un poco la decoración y no me gusta. No tiene personalidad. Vuelvo al bulevar para volver a la estación. Tomar el siguiente tren. Este viaje está definitivamente estropeado. No sé para qué estoy haciéndolo. Ya vencido, decido no darme por vencido y entro en La Casona – café y bar. Hay varios viejos que almuerzan. Solos. Como yo, que pronto seré viejo.

Chinos en el baldío

De los platos del día, elijo la bondiola con ensalada y una cerveza. Y luego, por fin, voy al baño. Mientras meo espero que no me roben la cerveza. O encontrarme con alguien que se haya adueñado de mi mesa. Esas cosas que suelen pasar en los viajes sin sentido. Como este. ¿Qué hago yo acá, en Villa Elisa, además de mear y desperdiciar mis vacaciones?

Vuelvo del baño y encuentro una panera, un rollo de servilletas, cuchillo y tenedor, ningún invasor. Saco el cuaderno con la intención de anotar algunas ideas. Me llama la atención una pequeña biblioteca. Me acerco. Hay títulos diversos, y me detengo en un volumen no muy grueso, de lomo blanco y verde. Lo agarro: Trafalgar, de Angélica Gorodischer. (Todo lo que leí de Gorodischer es de Violeta). A este lo edita Página 12. Sonrío. Abro y en la página 18 la autora recomienda leer en el orden propuesto. Vuelvo a sonreír, y miro de soslayo hacia la mochila donde descansa, por ahora, Rayuela (que, intuyo, debe sonreír a su vez). El bar Burgundy que describe el primer capítulo (¿cuento?) se parece bastante a La Casona – café y bar. La contratapa nos dice que Trafalgar Medrano es un viajante de comercio intergaláctico.



Me quedo leyendo un rato, hasta el final del primer capítulo – cuento. Y después volver a casa: no podría tener más suerte hoy.





Fernando
Marzo
MMXVIII


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