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sábado, 11 de julio de 2015

Borges edulcorado


El escritor Pablo Katchadjian se ve envuelto en un juicio por su obra El Aleph Engordado (2009) y condenado a una multa de 80 mil pesos por “defraudación a la propiedad intelectual” si queda firme el fallo del juez Carvajal de la Cámara de Casación
http://culturacolectiva.com/las-mejores-frases-para-revivir-al-maestro-de-la-literatura-borges/

¿Qué sentirá un reo cuando el juez baja su martillo y lo condena a pasar el resto de la vida en prisión?
¿Qué sentirá Pablo Katchadjián mientras lee el oficio que lo acusa de “defraudar la propiedad intelectual”?
¿Qué sentirá Borges al ver su obra intervenida, cuando todo el tiempo decía que era mejor leer a otros autores?
Por lo que este cronista ha podido entender del caso, la viuda de Borges ha impuesto la acusación porque el autor de El Aleph Engordado no pidió las autorizaciones correspondientes; y el abogado de Kodama dijo que hubieran desistido de la querella si Katchadjian pedía disculpas.
Según cuenta la periodista Mariana Guzzante[1], María Kodama declaró en oportunidad de inciar las acciones legales que (Katchadjian) “Toma todo el cuento sin pedir autorización. Hemos perdido el respeto a nosotros mismos, por eso no respetamos a los otros. Si uno usa algo que no es propio, lo mínimo que puede hacer es pedir permiso.”
Entonces ¿todo este embrollo judicial es porque el señor Katchadjian no pidió permiso? ¿La señora Kodama pone a trabajar un mecanismo del Estado porque no le pidieron permiso? ¿Es esto lo que ella considera respetar a los otros? ¿El hecho de que un escritor no pida permiso implica que nadie pide permiso y explica el porqué de una situación social degradada? Situación que, a mi entender, es mucho más compleja que un simple plagio o uso indebido de un cuento.
Acaso me fui un poco del tema, pero si es que es este el fondo de la cuestión, me parece que hay una exageración del recurso judicial. Particularmente si consideramos que el propio damnificado tenía un gusto especial por los apócrifos, por los relatos enmarcados, por la invención de historias ficticias a personajes reales, o personajes ficticios a historias más ficticias todavía.
¿Cuál es el punto en hacer un juicio por no pedir permiso? Porque si bien la ley asiste a la heredera de los derechos de autor y de reproducción a acudir a la justicia si siente lesionados sus derechos, no lo es menos que un llamado telefónico (o un correo electrónico, un tuit, incluso una proclama en su muro de facebook) podrían haber zanjado esta diferencia de una manera menos cruenta.
El texto de Katchadjian –que debo reconocer no haber leído completo– es un ejercicio en el que se incluyen palabras y oraciones a las del cuento original. Inicialmente se agregan algunas palabras a las oraciones textuales, luego se incorporan algunos diálogos y descripciones. . El final de El Aleph Engordado es textualmente idéntico al de El Aleph de Borges, y resulta bastante sugestivo porque dice: “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo” (el subrayado es mío). El resultado final no modifica el cuento; juega, en todo caso, con esta declaración del narrador: juega, en todo caso, con esta declaración del narrador “yo mismo estoy falseando y perdiendo” casi de manera premonitoria (¿Sabía Pablo que esto le valdría un juicio?)
Cito esta parte del(los) texto(s) porque me parece que ahí está la clave de todo este asunto: la versión de El Aleph que es llevada a la justicia puede ser buena o mala, necesaria o innecesaria; pero es a todas luces honesta. En efecto, el autor dice en la posdata que su texto no intenta imitar el estilo de Borges, y aunque le place cuando su texto no puede distinguirse del todo del original, en ningún momento nos está diciendo que el suyo es pura invención propia. Bien al contrario, ya desde el título hace pública su intención de “trabajar” sobre el texto del autor de Ficciones.
John Searle, en su libro Actos de Habla, nos dice que la literatura no es engañosa, ya que en todo momento sabemos que se trata de una ficción, es decir, de un relato de algo que parece ser real. Pero no hay intención del autor en obtener un beneficio por representar la realidad, como si lo haría si, disfrazado de presidente de los Estados Unidos, intentara acceder a la Casa Blanca.
Algo similar hace Katchadjian, se disfraza de Borges, pero todo el tiempo nos dice que lo ha hecho, por lo que no engaña, más bien duplica el valor de la ficción.
En la opinión de este escriba, la señora Kodama debería haberse tomado la molestia de llamar por teléfono y pedir una aclaración pública (acaso un acto conjunto en la casa Borges de Adrogué) que podrían haber contribuido a difundir aún más el famoso relato, antes que movilizar a la justicia y quitarle el precioso tiempo que tiene que utilizar en resolver temas más importantes para el conjunto de la sociedad.


[1]  Del diario Los Andes, versión on line, consultado por última vez en http://www.losandes.com.ar/article/la-paradoja-borgeana (09JUL15)
   

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